En mi DNI dice que tengo 47 años. Más o menos eso es así. Pero no del todo.
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Cuando era una adolescente y me llevaba grandes disgustos en mis relaciones humanas de todo tipo, pensaba que con los años se me endurecería el corazón y se acabarían los (estúpidos) malos momentos.
Estuvo a punto de pasar, pero me di cuenta a tiempo de que el blindaje no es tan buena idea si además quieres disfrutar a fondo de los (estúpidos) buenos momentos. La armadura te protege de lo malo pero te separa también de lo bueno. Es pesada y hace complicado moverse, percibir lo que pasa.
La armadura te hace más estúpida. El cinismo te hace más estúpida.
De alguna manera, acabé desarrollando estrategias que me han ayudado a gestionar los aspectos más complicados de las relaciones. De todas, pero cuando son más útiles es en las relaciones románticas y sexuales. Me gusta decir que son mis 31 ninjas. Uno por año. Su misión es evitar que la adolescente de 16 que sigo siendo por dentro se lastime demasiado o lastime a otros.
En el estado medio cotidiano son bastante útiles. Pero hay situaciones críticas en las que son indispensables. Especialmente cuando me (dios, qué vergüenza me da escribir esto) enamoro.
En esos momentos tengo una imagen mental muy vívida, la de mi yo de 16 años corriendo alegre y sin mirar dónde pisa como Julie Andrews por los Alpes , pero con la diferencia de que en Sonrisas y Lágrimas hay nazis pero no hay barrancos, y en mi vida emocional nazis no, pero barrancos hay más que en Despeñaperros. Y cuando parece que mi alocada trayectoria acabará inevitablemente en el fondo del abismo, aparecen un montón de ágiles señoras de negro con capuchas y shurikens, y se me lanzan encima con la eficacia de un equipo de rugby australiano.

Y así, con 31 ninjas sentadas pacientemente encima de mí, hago un poco menos el capullo.
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Este blog va (principalmente) de eso, de estrategias. Las mías, que no pretendo que sirvan a todo el mundo, pero que igual pueden dar alguna idea a quien ande metida/o/e en un embolado relacional.